Te pienso, te recuerdo, te oigo, te hablo de lejos y te acabo escribiendo. A cada trazo escucho los gritos del papel pidiéndome que pare; susurrando que más sufrimiento no vale la pena. Las páginas que han llorado mis lágrimas me devuelven ahora frases llenas de dolor y golpes, para que sea yo mismo el que detenga esta obsesión por lo imposible: Siempre igual: deseando enamorarme de lo que ya es caduco. Y me caduco yo esperando a esa musa que no sea musa y que gaste sus últimos días antes de marchar junto a mí. Para que cuando ella coja un tren, un taxi o un avión, ya no me quede amor que llorar porque lo haya gastado en su piel y sus labios.
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Pero hoy oí tu canción y sé que aún siento cada gesto, cada bostezo y susurro, cada caricia involuntaria, cada transgresión a la cortesía en las horas dedicadas solo a memorizarte. Sonrío al recordar tu voz, sudo si toco tu ombligo en el aire, cierro los ojos para retener tu mirada un momento y se para el tiempo si mi caminar huele a ti.
Diré que no me importa, que da igual. Y algún día esto será verdad, aunque ahora mismo me apetezca decírtelo y seguir ennegreciendo mis páginas. Tarde o temprano el silencio de tus hojas blancas me hará olvidar. Y el lápiz dejará de cortar los puntos de mis heridas sin curar.