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Dudar. Decidir cuándo es suficiente y cuándo se puede continuar. Estar entre dos opciones y creer que una es más correcta que la otra. Me mata intentar clasificar y discutir las posibilidades para luego tener que elegir. No creo que siempre haya opciones comparables; seguro que las hay diferentes y ya está, pero me empeño en examinar las diferencias, y no soy capaz de decidir sin pensar. ¿Qué le duele a mi cerebro para obligarme a esta tortura?
Adormecido decido no parar, sin pararme a pensar y consigo inventar cosas increíbles; cansado no me permito elegir y sigo las luminosas líneas de unos zapatos. Mirando al suelo encuentro la llave de tu sonrisa y la mía, pero la tiré lejos y he de seguir más y más pistas. Mientras tanto miré al cielo y dejé de ver caminos; ¿es eso estar perdido o ser libre? Si no soy capaz de escoger ninguno, ¿para qué los quiero?
Tal vez me haga falta una vieja y rota brújula que resuelva los acertijos por mí y no cambie mi voto constantemente. Si cambia el viento y me pierdo entre dos tierras, ella me dirá cual escoger; y si me pierdo en una huída hacia el sol, ella sabrá donde aterrizar para no hacerme más daño.
Las hojas de este cuaderno de viaje soportan mis mil dudas, penas e impresiones, pero todavía no me han dado la clave para manipular el tiempo, dormir en los atascos, despertar sonriendo, o soportar no elegir lo mejor o menos malo. Usaré el aire del otoño para calmar mi cabeza y el olor de algún pelo bonito como rumbo para mañana. Y sé que mañana no me perderé.
La verdad es que este no lo entendi mucho, lo releere en otro momento que este mas inspirado.
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