24 de noviembre de 2009

Y si... ?


-->
Dudar. Decidir cuándo es suficiente y cuándo se puede continuar. Estar entre dos opciones y creer que una es más correcta que la otra. Me mata intentar clasificar y discutir las posibilidades para luego tener que elegir. No creo que siempre haya opciones comparables; seguro que las hay diferentes y ya está, pero me empeño en examinar las diferencias, y no soy capaz de decidir sin pensar. ¿Qué le duele a mi cerebro para obligarme a esta tortura?
Adormecido decido no parar, sin pararme a pensar y consigo inventar cosas increíbles; cansado no me permito elegir y sigo las luminosas líneas de unos zapatos. Mirando al suelo encuentro la llave de tu sonrisa y la mía, pero la tiré lejos y he de seguir más y más pistas. Mientras tanto miré al cielo y dejé de ver caminos; ¿es eso estar perdido o ser libre? Si no soy capaz de escoger ninguno, ¿para qué los quiero?
Tal vez me haga falta una vieja y rota brújula que resuelva los acertijos por mí y no cambie mi voto constantemente. Si cambia el viento y me pierdo entre dos tierras, ella me dirá cual escoger; y si me pierdo en una huída hacia el sol, ella sabrá donde aterrizar para no hacerme más daño.
Las hojas de este cuaderno de viaje soportan mis mil dudas, penas e impresiones, pero todavía no me han dado la clave para manipular el tiempo, dormir en los atascos, despertar sonriendo, o soportar no elegir lo mejor o menos malo. Usaré el aire del otoño para calmar mi cabeza y el olor de algún pelo bonito como rumbo para mañana. Y sé que mañana no me perderé.

18 de noviembre de 2009

Reflexión de un alma perdida en la decepción

Perder. No nos gusta perder; preferimos salir victoriosos o no participar. Se pueden perder apuestas, dinero, fama, poder o tiempo. Puedes perder tu casa o la salud arriesgando un poco más, y puedes perder la confianza también. No te dejas caer si no hay una colchoneta, y no te dejas caer si nadie te va a agarrar. Sólo así somos capaces de salirnos del guión. Me dejé caer con los ojos cerrados por mucho tiempo y no pasó nada: siempre me reí de ese mínimo riesgo. Pero ahora no hay nadie y me caigo contra el suelo, el suelo más frío al que nunca he caído. Lo único que parece real ahora es ese dolor, y el golpe me abre los ojos para ver que quizás sólo había colchoneta. Perder el norte y no saber si se va para el lado correcto o no, incluso cuando las personas en las que crees te dicen “por aquí no”, “por allí sí”. Es perderse uno mismo sin ver cuántos arrastras tras de ti.
Hace una semana el agobio de la universidad me agotaba, y el resto únicamente conseguía alimentar esta bola de mierda y hundirme más y más en este charco que se va llenando de nubes. Después me agarré a la esperanza y fue como llegar a una isla: donde se orientarme, conseguí encontrarme y sonreír un rato. Ha vuelto a subir la marea y en mi mochila no hay flotadores; no quedan ideas ni malgasto mi tiempo en buscarlas, sólo tengo un montón de fotos y cachivaches que me hacen nadar más lento otra vez y me alejo, me ahogo y pierdo la fe.
En ese mundo mojado descubrí que también puedo perder la amistad, cuando ya no quiero nadar hacia un barco de papel, donde residen las palabras que nos mantenían unidos. Y no soy capaz de plasmar en este papel la rabia que me hunde. No soy capaz de empezar ni acabar nada. El silencio en el tren de ida me habló a la vuelta de tristes fantasmas llamados olvido, pena, decepción, adiós, límite, engaño… Tristes nombres para un largo crucero que ya no recuerdo por donde me llevó, aunque sí recuerdo con quien.
Adiós. Un beso

6 de noviembre de 2009

Poema de un alma de atardeceres carmesí



Nunca creí que volvería a hablarte;
cerré la puerta y me quedé detrás
haciendo canciones para olvidarte,
sin arte, mas con poesías para volar.

Quise frenar el dolor y se desbordó
la opaca puerta azul de mis lágrimas.
Dejando que el aire me haga llorar al sol,
mi colchón flotará en mis agrias aguas.

Si quiero decírtelo y no hay palabras,
supondré que no entenderás por mí
los sonidos de mi muda garganta
que invento cuando creo que pienso en ti.

Los atardeceres en casa eran rojos,
en mis sueños tus vestidos siempre eran rojos,
los soplos del viento en mi mano, rojos.
¡Hoy vuelvo a gastar la miel de tus ojos!

Tu piel hundida dentro de mi piel, canela,
el olor de la tierra mojada, canelo,
tu voz de caramelo que anhelo, canelo.
¡Hoy vuelvo a tocar el rojo de tu pelo!

Tu pelo;
que me explicó que era mariposa,
un perro y un pájaro a la vez.
Caminando por la tristeza arenosa
de no pintar de rojo mi piel.

Te quise sin saberlo
más tiempo del que tengo:
mi voz se va un momento
lento que lloro y muerdo.

Te quise tanto sin saberlo….
gastaré el tiempo que tengo
y mi voz sonará en momentos
largos, mojados y muertos.