19 de agosto de 2010

Echando de menos mi "Erasmus"


Siempre llevé una vida mediocre, sin sobresalir ni fijarme en los espejos. Nunca me consideré afortunado. A los 18 creí estar incluso por debajo de la media; azorado en una vida que se equivocaba diariamente en sus decisiones. Una vida demasiado conservadora para mis ideales, demasiado pequeña para mis ambiciones, demasiado lenta para el futuro que yo deseaba y definitivamente, demasiado grande para mi falta de valor. Llegué a olvidar mi infancia y pasado para dejar hueco a nuevos conceptos que me exigía una carrera que no supe elegir. Mucha información y pocos alicientes para ese nuevo camino que acabó por consumir mis ánimos y mis ganas de soportar más tanta presión.
Decidí romper con todo y alejarme de las raíces que me agarraban a la misma tierra donde no vi crecer nada en años.

Nuevo suelo, nuevos sonidos, nuevas distancias y pavimentos, nueva cultura, nuevos aires, nuevas siluetas, nueva gente, nuevos saludos, nuevos silencios y nuevos temas de los que hablar y no hablar. Todo lo viejo cabía en solo dos maletas.
Posado en una nube recorrí las horas sin que ningún “tic-tac” me agobiase. Y no caigo de esa nube porque es real bajo mis pies; tan real como la tinta que mancha mi sangre o la cicatriz para el recuerdo que este año ha dejado en la trastienda de mis ojos. Real como las caras en las que os firmo con mi pluma de sentimientos equivocados.


Marcados por una varita mágica, hemos sido partícipes de un banquete privilegiado, invitados por el azar, la suerte o un dios en el que algunos creen creer. Anclados en una época extraña, conseguimos aprovechar todo lo que caía al suelo; las hojas secas, el aire, pocas lágrimas, los copos de nieve, alguna cerveza, amistades, risas, sol, barbacoas, abrazos, caricias… más de lo que te esperas cuando no crees que la felicidad nos espera a todos tras esos detalles de colores. Sentir que vivimos por querer vivir, sin más razones ni excusas, nos hizo libres es este pequeño mundo que cada vez es más pequeño en nuestras manos. Tras nuestros párpados, los recuerdos nos harán sonreír de día y llorar de noche. 

Acostado, sabiendo lo cerca que están los límites ahora mismo, sonrío al pensar en quiénes nunca se han acercado al borde.


Me alegra haber pisado esa línea que separa lo bueno y lo malo, el día y la noche, lo privado y público, lo triste y lo menos triste, el cariño del amor, la verdad y la mentira, la admiración y la envidia…. La línea que nos separa hoy y que algún día enrollaré y no habrá distancias entre nosotros. Solamente un ovillo con el que jugar a no ser adultos otra vez.

Hasta entonces: gracias por este año.

Un abrazo