28 de marzo de 2012

Sin renunciar



No puedo decir que no a esa atracción y desgaste físicos, y la primera razón es que no quiero. No quiero dejar de desearte y querer estrangular el poco aire que quede entre nosotros. Y agarrarte tan fuerte que me duelan las manos y tenga que atarme a  las costuras de tu ropa interior para poder asirte más fuertemente y no caer. Y repetir ese baile infinitas veces sobre tu cuerpo. Y gastarnos en el otro sin ningún temor ni ningún complejo: pedir más y recibir un extra de calor desprendido de la pasión quemada dentro de tus músculos. Darnos la vuelta y seguir bailando al ritmo de las taquicardias que tienen los bebés al nacer y ver la luz y la vida. Saberte como una funda de mi carne y probarte como abrigo por todo mi cuerpo. Rasgarnos la tiranía y la lluvia de los días nublados con más y más labios chorreando en mi boca. Abrazarnos tan fuerte que nos tatuemos las huellas del corazón y escaparnos de la misma manera; temiendo chocarnos contra el entorno que se nos difumina alrededor. Perder las nociones y las naciones, vivir en el cuerpo del otro y no salirnos de tus curvas sin fronteras, correr por los acantilados de tus piernas y los afilados riscos de tu pecho y tu cuello. Perdernos en la espesura de la saliva que se nos escurra y nos haga inmortales. Cerrar los ojos. Soñar despiertos. Vibrar ansiosos con palabras sin aliento. Silbar nuestra dicha y querernos sin el cuerpo. Apretar más y más fuerte los músculos. Gritar que nos gusta. Apretarte más las nalgas y la cintura. Saber que estamos perdidos y gritar que desaparecemos. Relamer el placer con la punta de los sentimientos y licuarnos en las paredes de nuestras limitaciones; eliminando todo sufrimiento y toda barrera.

 Respirar. Acostarme sobre tu espalda o sobre tu pecho que aún lata fuerte. Relajarme al son de tu compás quejumbroso y grave. Pegarnos con el placer que perdimos en otra batalla de las que no me quiero perder. Perder la mirada en la translucidez del polvo del cuarto. Cuidarnos. Oír el silencio que queda tras el chaparrón. Besarte la nuca. Besarte el pecho y acariciarte la barrica de este mi licor favorito, la frente y la nariz. Bajar mis dedos por tu mentón hasta tu pecho izquierdo y olvidar que el tiempo encabezó mi último texto y querer morir allí. Así. Con todo hecho y todo por hacer. Pensar olvidado, que todo está perfecto y nada es tan importante como para volver la vista afuera de ese pecho que me cobija y me hace sentir lleno, satisfecho, cansado, muerto: feliz. No quiero dejar esto. No quiero renunciar, no lo quiero.